dimarts, 31 de gener del 2012

El chico del correo

Luca no tiene horarios, sólo una montaña de panfletos que deberían de estar repartidos en los hogares de la ciudad. Su aspecto apenas cambia: pantalones dos tallas más grandes, bambas verde chillón, camiseta de aquel grupo de música que le gustaba a los 16, gorra, iPod, móvil y su inseparable mochila repleta de propaganda. El resto es sencillo, su tarea se puede ajustar bien al titular "buzón-timbre-propaganda-buzón".

Hoy el cielo está radiante, hace una temperatura excelente y la gente lo ha notado, porqué esta mañana nadie le ha echado a gritos de su portal. Luca, como buen profesional, se mueve por la ciudad como pez por el agua, esquivando las abuelas lentas de las aceras y llenando buzones a una velocidad digna de las olimpiadas con un movimiento de muñeca preciso y ya interiorizado. Siempre camina al mismo ritmo, siempre la mirada fija en las puertas y los edificios, siempre con los auriculares en las orejas. No descansa, sólo reparte propaganda en un constante y repetitivo "buzón-timbre-propaganda-buzón". Luca gira una esquina y se encuentra un portal fascinante, una puerta de madera con unos motivos florales talados y rodeada de vitrinas de colores que a su vez también dibujan hojas y frutos. Pero él no ve una sola flor ni una hoja, sólo una línea enorme de buzones hambrientos. Además el portero no está. !Es su día de suerte! Respira hondo y empieza el despiadado movimiento de muñeca. Cuando le faltan sólo tres ranuras, parece que ya no es él quien controla su mano, ni su cuerpo, como si el chaval que llena los buzones ya no fuera él. Luca se queda parado y se ve a si mismo, continuando su tarea, pero él ya no es él. Se ha alejado del portal modernista y de la ciudad y parece que de toda la realidad. Está como en una caja de cristal, su papel se ha reducido al de mero espectador, mientras otro, que no es otro sino él, continua con el "buzón-timbre-propaganda-buzón".

Luca intenta avisar a su igual pero él continua trabajando tranquilo. Se pone a chillar pero no se oye nada, no puede hacer ningún ruido, no se oye la propia voz. ¿Será que no tiene voz? Aún poco convencido, intenta gritar más fuerte, quiere dar golpes contra la pared pero no existe tal pared. No siente el tacto ni le parece poder oler nada. Busca su móvil, se llama a si mismo pero en su imagen no se produce reacción alguna. Se pone a correr pero su alrededor no se modifica, como si no avanzase, se cansa pero parece que no se mueve. Su cuerpo tiembla, el corazón le late ¿Qué le está pasando? Según el filósofo, debe de existir porque aún puede pensar. Además, siente su respiración, tose. Lleva los auriculares de su Ipod puestos y el volumen al máximo pero no puede oír la música. Respira hondo, cada vez más, hasta que siente que tiene que parar. Sin más remedio, se sienta al suelo, abatido. No hay nada que pueda hacer. ¡No hay nada que pueda hacer! Sólo le queda observarse, como si estuviera en la más lujosa sala de cine.

Se ve como sigue sin inmutarse, como continua su actividad frenética del "buzón-timbre-propaganda-buzón". Su alter ego (o quien sea) cojea. Sí, es cierto que últimamente le dolía la rodilla al levantarse, por eso estaba tomando sus tres dosis diarias de anti-inflamatorios, por no interrumpir el "buzón-timbre-propaganda-buzón". Solamente en los 10 minutos que lleva observándose, ha caminado alrededor de toda una manzana, ha llamado a una 25 puertas, y por lo tanto debe de haber llenado unos 120 buzones. Sigue escuchando música a todo volumen y tiene la mirada perdida. No ha saludado a nadie, no ha mirado a nadie. Desde luego, es un trabajador excelente.

Luca se ve ahora obligado a parar por no sabe qué curiosa broma del destino y sólo es capaz de pensar en todos los buzones, todos los timbres y todas las pilas de propaganda que le quedan.

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